En los años 20, cuando la novela de detectives alcanzó pleno éxito, en lo que se llamó
“La Edad Dorada” los principales autores comenzaron a teorizar sobre la misma,
a la que consideraron, a la vez que trabajo literario, ejercicio intelectual y juego entre el autor y el lector. La proliferación hasta el hartazgo de relatos de baja calidad que repetían una y otra vez la misma fórmula, y que a la vez trataba de despistar a los lectores con finales inverosímiles, situaciones forzadas y trucos engañosos, llevó a muchos autores a tratar de establecer una serie de reglas o cánones que se deberían respetar.
A quienes llevamos muchas lecturas, algunas de estas reglas nos parecen obvias, otras ridículas, la mayoría de ellas propias de una época que ya pasó hace mucho, y, además podemos citar aquí muchos ejemplos de excelentes relatos que transgredieron, aún en plena “época dorada”, algunas de ellas. Pero tengamos en cuenta que fueron un intento honesto por lograr calidad en un género literario considerado por los cánones académicos como menor.
El escritor S. S. Van Dine publicó en 1928 las siguientes reglas:
"1. El lector ha de tener iguales oportunidades que el detective para resolver el misterio. Todas las pistas deben ser completamente mostradas y descritas.
2. No se debe hacer caer al lector en ninguna trampa o despiste que no sean los
legítimamente puestos por el criminal al propio detective.
3. No debe haber intriga amorosa. El asunto es llevar al criminal a manos de la
justicia, no llevar a una enamorada pareja al altar del himeneo.
4. Ni el detective, ni ninguno de los investigadores oficiales, podrá nunca revelarse como culpable. Es una truculencia de mal gusto, como ofrecerle a alguien un penique brillante a cambio de una moneda de oro de cinco dólares. Es una pretenciosidad falsa.
5. El culpable debe ser determinado por deducción lógica, no por accidente,
coincidencia, o confesión sin motivos. Resolver un problema criminal de esta
manera es como llevar al lector de caza y, después de una fatigosa marcha,
decirle que tenías la pieza que buscaba todo el rato en tu manga. Un autor así no es mejor que un prestidigitador aficionado.
6. La novela policíaca debe tener un detective, y un detective no es un
detective hasta que detecta algo. Su función es reunir pistas que deben
conducir hasta la persona que hizo el trabajo sucio en el primer capítulo; y si
el detective no llega a su conclusión a través de un análisis de estas pistas,
no habrá resuelto su problema mejor que el escolar que saca su respuesta sin
demostrar el desarrollo aritmético.
7. En una novela policíaca tiene que haber un cadáver, y cuanto más muerto esté
el cadáver, mejor. Ningún delito menor que el asesinato será suficiente.
Trescientas páginas son demasiadas para cualquier otro delito que no sea un
asesinato. Después de todo, el tiempo del lector y el gasto de energía deben
ser recompensados.
8. El problema del crimen debe ser resuelto con medios estrictamente
racionales. Métodos para conocer la verdad como cábalas, lectura del
pensamiento, sesiones espiritistas, bolas de cristal y cosas por el estilo,
están prohibidos. El lector tiene una oportunidad cuando confronta su ingenio
con el de un detective racionalista, pero si debe competir con el mundo de los
espíritus y hacer persecuciones por la cuarta dimensión o las metafísicas, está
derrotado ab initio.
9. No debe haber más que un detective, esto es, un protagonista de la
deducción, un deus ex machina. Juntar las mentes de tres o cuatro, o a veces
una banda de detectives, para resolver un problema» no es sólo dispersar el
interés y romper el rastro directo de la lógica, sino adquirir una ventaja nada
limpia sobre el lector. Si hay más de un detective, el lector no sabe quién es
su conductor. Es como hacer al lector correr una carrera contra un
equipo de relevos.
10. El culpable debe ser una persona que ha formado parte más o menos
importante de la historia, esto es, una persona con la que el lector está
familiarizado y en la que encuentra un interés.
11. Un sirviente no debe ser escogido por el autor como culpable. Es una
solución demasiado fácil. El culpable debe ser decididamente una persona de
importancia, alguien que normalmente no caería bajo sospecha.
12. Debe haber un solo culpable, sin importar el número de crímenes que se
cometan. El culpable puede, por supuesto, tener un cómplice o ayudante
secundario, pero el peso importante debe reposar sobre un solo par de hombros:
la indignación del lector debe ser concentrada sobre una única naturaleza
negra.
13. Las sociedades secretas, mafias, et al, no tienen sitio en una historia
policíaca. Un asesinato fascinante y realmente hermoso es arruinado
irremediablemente por cualquier culpabilidad compartida. En una novela
policíaca, al asesino se le debe tratar con deportividad; pero es ir demasiado
lejos proporcionarle una sociedad secreta en la que se pueda refugiar. Ningún
criminal con clase que se respete aceptaría tales ventajas.
14. El método del asesinato, y los medios para detectarlo, deben ser racionales
y científicos. Esto es, la pseudociencia y los instrumentos puramente
imaginativos y especulativos no han de ser tolerados en el román policier. En
el momento en que un autor incurre en los terrenos de la fantasía a la manera
de Julio Verne, se aparta de los caminos de la acción policíaca, adentrándose
en los vastos dominios de la aventura.
15. La verdad debe estar continuamente a la vista, para que la astucia del
lector pueda llegar a detectarla. Con esto quiero decir que si el lector,
después de conocer la explicación del crimen, vuelve a leer el libro, verá que
la solución estaba, en cierto sentido, delante de sus ojos, que todas las
pistas señalaban realmente al culpable, y que, si hubiera sido tan listo como
el detective, podría haber resuelto el misterio por sí solo sin tener que
llegar al último capítulo. No hace falta decir que el lector inteligente
resuelve a menudo el problema.
16. Una novela policíaca no debe contener largos pasajes descriptivos, ni
profusión de adornos literarios, ni trabajados análisis de caracteres, ni
preocupaciones «atmosféricas». Estas cosas no tienen lugar en un relato de
crimen y deducción. Entorpecen la acción e introducen aspectos irrelevantes
para el propósito principal, que es presentar un problema, analizarlo y
¡levarlo con éxito a una conclusión. Para estar seguros, debe haber las
descripciones y dibujo de personajes justos para darle a la novela una
verosimilitud.
17. Un delincuente profesional nunca debe cargar con la culpa en una novela
policíaca. Los crímenes cometidos por ladrones y bandidos son asunto de los
departamentos de policía, no de los autores y brillantes detectives
aficionados. Un crimen realmente fascinante es el cometido por un sacerdote o
un caballero famoso por sus actos de caridad.
18. En una novela policíaca, el crimen no debe resultar nunca un accidente o un
suicidio. Finalizar la odisea de una investigación con tal anticlímax es
burlarse de la confianza del lector.
19. Los móviles de todos los crímenes en las novelas policíacas deben ser
personales. Los complots internacionales y las políticas de guerra pertenecen a
una categoría diferente de ficción -a las historias de espionaje, por ejemplo-.
Pero una historia criminal debe mantenerse en la esfera de lo cotidiano, debe
reflejar las experiencias habituales del lector, y darle una cierta salida a sus
propios deseos y emociones reprimidos.
20. Y (para darle a mi credo unas puntualizaciones finales) incluyo una lista
de algunos trucos en los que ningún escritor de historias policíacas que se
precie se permitirá caer. Han sido empleados y resultan familiares a todos los
verdaderos amantes de la literatura criminal. Usarlos es una confesión de
ineptitud y falta de originalidad por parte del autor: a) Determinar la
identidad del culpable comparando la colilla dejada en el lugar del crimen con
la marca fumada por un sospechoso. b) La falsa sesión espiritista para asustar
al culpable y forzar su confesión, c) Falsas huellas dactilares, d) La coartada
de la figura simulada, e) El perro que no ladra y con ello revela el hecho de
que el asesino es familiar, f) La acusación final contra un gemelo o un
pariente que se parece exactamente a la persona sospechosa, pero inocente, g)
La jeringa hipodérmica con droga somnífera, h) El crimen en una habitación
cerrada por dentro, i) El test de asociación de palabras para descubrir al
culpable, j) La carta en clave que es desentrañada por el detective."

Por su parte, otro escritor , Ronald Knox publicó sus diez reglas:
"1. El criminal debe ser alguien mencionado al principio de la historia, pero no debe ser nadie cuyos pensamientos el lector pudo seguir.
2. Todos los agentes sobrenaturales son descartados rutinariamente.
3. No está permitida la existencia de más de una habitación o pasaje oculto.
4. No pueden usarse venenos que no hayan sido descubiertos hasta la fecha, ni
ningún aparato que necesitaría una larga explicación científica al final.
5. En la historia no debe figurar ningún "Chinaman" (Criminal loco
que asesina sin ningún motivo, tiene su base en la novela del mismo nombre
escrita por Stephen Leather)
6. Ningún accidente puede ayudar al detective, ni él puede tener una inexplicable intuición que resulte ser correcta.
7. El detective no puede cometer el crimen.
8. El detective no puede presentar pruebas que no se produzcan para la inspección del lector.
9. El amigo "estúpido" del detective, el Watson, no puede ocultar los pensamientos que pasan por su mente; su inteligencia debe ser un poco, pero muy poco, ligeramente por debajo del lector medio.
10. Los hermanos gemelos, y los dobles en general, no pueden aparecer a menos
que hayamos sido preparados para ello."
